EL ESTIGMA DE LA ETIQUETA

EMANCIPACIÓN y REPARACIÓN

                                                           por Mariangel



Las personas con diagnóstico en salud mental sufren estigma y discriminación. No hay excepciones.

Se debe a que desde la puesta de la etiqueta ya se estigmatiza hasta en la institución sanitaria. Una etiqueta establece diferencias, y cuando esas diferencias son clasificadas por buenas o malas es lo que genera un problema donde no lo hay. Esto termina generando desprotección y marginación en la sociedad a causa de los prejuicios y estereotipos que llevan a la incomprensión y rechazo. Esto implica que las personas que conocemos, que tienen un diagnóstico en salud mental, sean privadas de su capacidad y derechos, y esta ruptura marca toda su vida.

Así que no es tanto la enfermedad/crisis, como el problema que tenemos de estigma.

La etiqueta tiene tanto poder como se le asigna en la institución médica, como poder tiene para la exclusión social; y el hecho de que la institución médica, como la educativa, sean reproductoras de relaciones jerárquicas insanas basadas en el poder y la opresión determina el marco en el que nos movemos. Y esto replicado en toda la estructura social allá donde se mire.

La etiqueta tiene el poder que su significado contenido tiene en relación a la violencia, la peligrosidad, la incompetencia. Que refleja en verdad la carencia de información y conocimiento de toda la sociedad, que con estereotipos se empujan reforzándose grupalmente mediante actitudes prejuiciosas sin pensar si es real lo que generan en el imaginario que son los estereotipos. Responden aislando y evitando a los que creen diferentes y añadiéndole el tinte de peligrosos.

Eso refleja el otro lado de la etiqueta, que es privar a otros de derechos, porque tú los ves de manera inadecuada proyectando en ellos ideas equivocadas. Refleja la exclusión social como la carencia de oportunidades que tiene una persona en su participación para contribuir, pero también para tener autonomía económica y con ello autoestima.

La exclusión social intensifica el estigma. La violencia en sus diferentes formas. Las personas con un diagnóstico en salud mental caen más en la pobreza. Son más violentadas. Se les dificulta el acceso a la vivienda y a servicios. Y, finalmente, riesgo en muerte prematura y discapacidad.

Al recibir un diagnóstico en salud mental, todos sabemos que vamos a ser rechazados si lo contamos, que habrá consecuencias y represalias de algún tipo en nuestra vida. Evidentemente la respuesta directa es la ocultación y desde el silencio también se cocina el autoestigma. Asumimos la realidad que vivimos, y es que otros nos hacen de menos y nos discriminan por ello; no es solo una percepción individual. Así que si tengo problemas los oculto hasta que ya son muy evidentes y en especial para buscar trabajo. El miedo lleva a ello y ello lleva a desconfiar y temer a los demás. El miedo a que se sepa, porque nadie quiere ser motivo de rechazo, violencia, discriminación, etc. Para no confirmarlo. Esto termina afectando a la autoestima (por muy capa de superhéroe que uno se vista), y sigue limitando la vida.

Del hecho de la etiqueta a asumirse enfermos, hay todo un proceso que va en contra de la recuperación. Porque ni pensar en un movimiento más emancipador. Chocante frente a una población que aún cree que las personas con problemas en salud mental suponen un riesgo para el resto (“los que aparentemente no son de riesgo”). ¿Qué debería pasar según ellos? El histórico encierro. Es decir: no los dejarían libres, no los contratarían para un trabajo, no les alquilarían una vivienda. En suma, no respetarían sus derechos.

El peso de las creencias que genera la vida emocional, comportamental y social es demasiado grande. Es más, muchos no reconocerán abiertamente que tienen dudas sobre si nosotros debemos gozar de los mismos derechos que tienen ellos.

¿De quién es el problema? ¿Y quién es el gran multiplicador de esta dinámica aniquiladora?

Los medios de comunicación que actúan como refuerzo de una visión estereotipada y de rechazo. Reforzando con ello que la violencia está en el adn de los problemas de salud mental, y que no se pueden cambiar. En el tipo de palabras que se usan y la forma en que se descalifica a las personas diagnosticadas aumenta los estereotipos de peligrosidad, impredecibilidad e irresponsabilidad, y así es como se perpetúa el estigma.

Y, al final, la tarea es la de siempre: modificar el imaginario social. Dejando de generar ideas que aumenten los mitos y prejuicios que causan estigma. Dejando de participar en la supuesta expectativa de que no vamos a cambiar. Y por otro lado ser productores conscientes de experiencias que favorecen actitudes y comportamientos horizontales, al margen de relaciones discriminatorias de poder y de opresión.

De lo que necesitan recuperarse las personas con diagnóstico en salud mental es de una crisis. De lo que necesita recuperarse toda la sociedad es de los estereotipos, el estigma, el rechazo, la discriminación y la violencia. Digo yo que igual si la sociedad se pone a sus temas de recuperación que suspende cada vez, y las personas con un diagnóstico en salud mental se pueden quedar tranquilas recuperándose de la crisis, podremos tener espacio para la emancipación de este entuerto de vida violento. Sin dejar de un lado la tan necesaria reparación que debe vivirse también de una forma horizontal.

 



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